«Nuestra Madre Celestial fue ascendida desde Jerusalén sobre un manto blanco por cuatro ángeles»
Siempre fue creencia universal de la Iglesia la verdad de que la Virgen Santísima fue elevada en cuerpo y alma a los Cielos. Los Santos Padres vieron siempre de una manera clara, aunque implícita, contenida la Asunción en los textos del Antiguo y Nuevo Testamento.
Por eso, la Iglesia siempre celebró esta festividad con gran solemnidad, preparándose con el ayuno y la abstinencia… y continuando la fiesta por ocho días consecutivos. Para el corazón cristiano nunca pudo caber ni la posibilidad de duda. La Ascensión de Jesús a los Cielos, tiene relación directa con su Pasión, pues bien, si la Pasión dolorosa remató para Jesús en la gloria de su Ascensión, para María que tan unida estuvo a su Hijo en el Calvario, había de rematar en el triunfo de su Asunción.
Todos hemos de resucitar, y esperamos en Su gracia que hemos de subir al Cielo… ¿Pero no será justo que María se adelante y como Madre nos prepare nuestra casa y morada de hijos en el Cielo?… ¿no es Ella la Capitana?. Pues debe ir siempre delante del ejército. Fue la primera en la gracia, en la santidad, en la pureza, en el voto de virginidad, entonces… ¿qué cosa más natural que lo fuera en la Resurrección y Asunción?.
¿Dónde está el cuerpo de María… dónde sus reliquias, dónde el sepulcro magnífico, la urna riquísima donde se guardan sus restos?. No existe nada de eso, ni podrá existir… Concluyamos entonces con un acto de fe y de agradecimiento al Señor que inspiró al Papa Pio XII la definición de este Dogma.
¡Felicitemos a nuestra Madre Celestial al verla tan glorificada en el Cielo y en la tierra!