Si las pobres almas del Purgatorio hubiesen conocido en la Tierra lo que les esperaba en la eternidad… ¡el Purgatorio se habría quedado vacío!. Para meditar esta gran verdad de nuestra fe, el Padre Pio le contó esta historia al Padre Anastasio:

 «Una tarde, mientras me encontraba solo en el coro para rezar, oí un ruido y vi un joven monje de pie delante del altar mayor. Parecía que estaba limpiando los candelabros y arreglando las flores. Pensé que era el padre Leone, que preparaba el altar, y como ya era la hora de cenar, me acerqué y le dije: <Padre Leone, vaya a cenar, no es el momento de limpiar y preparar el altar>; pero una voz, que no era la del padre Leone, me contestó: <No soy Leone>. <¿Y quién eres?>, le pregunté. <Soy un cófrade tuyo que fui novicio aquí. Me encargaron limpiar el altar durante mi año de noviciado. Desgraciadamente, a menudo dejé de reverenciar a Jesús cuando pasaba por delante del altar, y el Santísimo Sacramento, que está en el Tabernáculo, no fue respetado. Ahora, en su inmenso amor, Dios me ha enviado aquí para que tú puedas acelerar el tiempo que me falta para ir al Paraíso. Reza por mi>. Creyendo ser muy generoso con esa alma sufridora, le dije: <Entrarás en el Paraíso mañana por la mañana, cuando celebre la Santa Misa>. Entonces él gritó: <¡eres muy cruel!>, y llorando se marchó. Esa queja me produjo una herida en el corazón, que sentí y sentiré durante toda mi vida, ya que habría podido enviar esa alma inmediatamente al Paraíso, y en cambio la condené a quedarse otra noche más entre las llamas del Purgatorio».

    Santa Faustina reveló lo que significa para las almas del Purgatorio tener constantemente sed de Dios:

 «Pregunté al Señor Jesús:<¿por quién más tengo que rezar?>. Jesús me contestó que durante la siguiente noche me lo comunicaría. Vi a mi ángel de la guarda, quien me ordenó que lo siguiera. En un momento me encontré en un lugar brumoso, invadido por el fuego, y allí había una enorme multitud de almas sufriendo. Estas almas rezaban con gran fervor, pero sin eficacia para ellas mismas: solamente nosotros las podemos ayudar. Las llamas que les quemaban no me tocaban. Mi ángel de la guarda no me abandonó ni un solo momento. Les pregunté a esas almas cuál era su mayor tormento, y unánimamente me contestaron que su mayor tormeto es el ardiente deseo de Dios. Vi a la Santísima Virgen que visitaba a las almas del Purgatorio… Ella les procura alivio».

 En el Carmelo de Lisieux, la hermana María Filomena había llegado a la convicción de que después de su muerte pasaría por el Purgatorio. Cuando habló de ello con Santa Teresita, esta le contesto:

  «No tienes suficiente confianza. Tienes demasiado miedo respecto al buen Dios. Puedo asegurarte que esto le duele mucho. No deberías temerle al Purgatorio porque allí se sufra; en cambio, deberías pedir no merecer ir allá para complacer a Dios, al que tanto le cuesta imponer este castigo. Si intentas complacerle en todo y mantienes una absoluta confianza en Él, en cada momento te purificará en su Amor y no permitirá que quede ningún pecado. De esta forma, puedes estar segura de que no irás al Purgatorio».

Oración por las benditas almas del Purgatorio:

Padre misericordioso, en unión con la Iglesia Triunfante en el cielo, te suplico tengas piedad de las almas del Purgatorio. Recuerda tu eterno amor por ellas y muéstrales los infinitos méritos de tu amado Hijo. Dígnate librarles de penas y dolores para que pronto gocen de paz y felicidad. Amén.