🗡️ESPADA ESPIRITUAL
Domingo 5 de julio de 2020
Lectura del santo Evangelio según san Mateo (11, 25-30): «En aquel tiempo, Jesús exclamó: 
«Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a la gente sencilla. Gracias, Padre, porque así te ha parecido bien.
El Padre ha puesto todas las cosas en mis manos. Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.
Vengan a mí, todos los que están fatigados y agobiados por la carga y yo los aliviaré. Tomen mi yugo sobre ustedes y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán descanso, porque mi yugo es suave y mi carga ligera».
Jesús alaba al Padre Celestial por haber ocultado las cosas de su reino a los sabios y a los prudentes y en cambio haberlas  revelado a los pequeños.
Normalmente vemos  en tantas revelaciones  y en distintas épocas, para grandes misiones, habiendo tenido Dios muchos hombres sabios y prudentes para elegir, sin embargo dispuso que nuestra Madre Santísima se dirigiera a las personas más sencillas y más humildes. Como por ejemplo en  Francia, a santa Bernardita, o en Fátima,  Portugal a tres pastorcitos, etc. Cuántas enseñanzas,  para confundir a los sabios y a los prudentes, para que se vea claramente que la obra es suya y no de los hombres.  
Esto nos viene bien para saber distinguir los falsos videntes de los  verdaderos videntes. Éstos últimos son almas de mucha virtud, respetuosas de la Iglesia y tienen un director espiritual a quien obedecen con mucha humildad. Un gran ejemplo de esto es el Padre Pío, quien teniendo toda la razón para justificarse de su santidad de vida, prefirió obedecer a las autoridades de la Iglesia cuando le pidieron que deje de confesar y celebrar la misa pública por un buen tiempo. En él no hubo nada de rebeldía o desobediencia como tantos consagrados. 
No cualquiera puede ser vidente, Dios mira mucho la humildad y la santidad  de las personas, debe haber una gran sencillez y pureza en su alma, nada de orgullo o amor propio. De estos malos videntes estamos plagados. No se los ve como al Padre Pío rezando veinte rosarios por día y obedeciendo a sus superiores.  Estas pobres almas buscan revelaciones  continuamente,  hasta el mismo maligno se aprovecha haciéndose pasar por angel de luz. Y al demonio soberbio se lo derrota con mucha humildad, amando también la humillación y una gran cantidad de oración diaria.
Pidamos a nuestra Madre  Santísima, quien dijo al Ángel: «Dios miró la pequeñez de su servidora», una gran humildad de alma y una vida sencilla entregada a Dios. A.M.D.G.