ESPADA ESPIRITUAL
Martes 6 de octubre de 2020

¡Feliz día de san Bruno!

Lectura del santo Evangelio según san Lucas (10, 38-42): » _En aquel tiempo entró Jesús en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa. Esta tenía una hermana llamada María, que, sentada a los pies de Jesús, escuchaba su palabra. Marta, entre tanto, se afanaba en los quehaceres de la casa; así que, acercándose a Jesús, le dijo:
«Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola con todo el quehacer? Dile que me ayude».
Pero el Señor le respondió: «Marta, Marta: muchas cosas te preocupan y te inquietan, siendo así que una sola es necesaria. María ha escogido la mejor parte, y nadie se la quitará»_ .

Mucho podemos aprender de este evangelio sobre la vida activa y la vida contemplativa, representadas por Marta y María. Y ese don de María se prolongó hasta la cruz, ya que estuvo en su casa a los pies de Jesús y estará también más adelante a sus pies pero de la cruz. María Magdalena luego se retirará al desierto a vivir como ermitaña penitente. En definitiva, a parmanecer a los pies de Jesús pero en oración.

Hoy tenemos presente a un gran santo contemplativo y ermitaño, San Bruno.

En el tercer año del seminario, en la filosofía, tuve un gran deseo de querer entrar a esta orden cartuja. Pero aunque no lo hice, aprendí mucho de este santo que celebramos hoy. Solamente voy a contar la historia de su conversión:
Fue a partir de un Hecho importante acaecido en París, en pleno día, en presencia de muchos millares de testigos, cuyos detalles han sido recogidos por sus contemporáneos y ha dado origen también a San Bruno de fundar la orden de la Cartuja.

Acababa de fallecer un célebre doctor de la Universidad de París, llamado Raymond Diocres, era en el año 1082, y san Bruno, con cuatro compañeros estuvo presente en dichas exequias del ilustre difunto. Se había depositado el cuerpo en la gran sala de la cancillería, cerca de la Iglesia de Nuestra Señora. En el momento en que se leían las lecciones del oficio de difuntos que empieza así: » Respóndeme. ¡Cuán grandes y numerosas son tus iniquidades!» (cuarta lectura de maitines del Oficio de difuntos: Job 13, 22- 28). Y sale de debajo del fúnebre velo una voz sepulcral y todos los concurrentes oyen estas palabras: «Por justo juicio de Dios he sido acusado» . Acuden precipitadamente, levantan el paño mortuorio, el pobre difunto estaba allí inmóvil y helado, completamente muerto. Se vuelve a empezar el oficio, se llega a la referida lección: «Respóndeme» y esta vez a la vista de todo el mundo, levántase el muerto y con robusta y acentuada voz dice: «Por justo juicio de Dios he sido juzgado.» Se suspende el servicio fúnebre para el día siguiente. Toda la Universidad de París había acudido, se empezará el oficio, la misma lección: » Respóndeme «… El cuerpo del doctor Raymond se levanta de su asiento, y con un acento indescriptible, que hiela de espanto a todos los concurrentes, exclama: «Por justo juicio de Dios he sido condenado». Y volvió a caer inmóvil.

Del testimonio de esta alma condenada fue testigo San Bruno, que tendría cuarenta y cinco años, y eso lo decidió irrovacablente a dejar el mundo y se fue con sus compañeros a buscar en las soledades de la gran Cartuja, cerca de Grenoble un retiro donde pudiese asegurar su salvación y preparse así para los justos juicios de Dios.

San Bruno fundará una hermosa orden contemplativa, la más austera y rigurosa en el mundo, la Cartuja.

Pidamos a este gran santo la gracia de la perseverancia final y algún día poder llegar al cielo junto a Dios. A.M.D.G.