“Concédeme, Señor, una buena digestión, y también algo que digerir.
Concédeme la salud del cuerpo, con el buen humor necesario para mantenerla.
Dame, Señor, un alma santa que sepa aprovechar lo que es bueno y puro, para que no se asuste ante el pecado, sino que encuentre el modo de poner las cosas de nuevo en orden.
Concédeme un alma que no conozca el aburrimiento, las murmuraciones, los suspiros y los lamentos y no permitas que sufra excesivamente por ese ser tan dominante que se llama: YO.
Dame, Señor, el sentido del humor. Concédeme la gracia de comprender las bromas, para que conozca en la vida un poco de alegría y pueda comunicársela a los demás”. Así sea.
Santo Tomás Moro.

         Nació en Londres en 1478. Estudió en Oxford y en Londres. Fue un gran humanista. Pensó algún tiempo en la vida monástica, y leyendo La Ciudad de Dios de San Agustín, decide ser ciudadano de la ciudad celeste sin apartarse de la terrestre.
     Fue durante toda su vida un marido y un padre cariñoso y fiel, profundamente comprometido en la educación religiosa, moral e intelectual de sus hijos. Su casa acogía yernos, nueras y nietos y estaba abierta a muchos jóvenes amigos en busca de la verdad o de la propia vocación. La vida de familia permitía, además, largo tiempo para la oración común y la «lectio divina», así como para sanas formas de recreo hogareño. Tomás asistía diariamente a misa en la iglesia parroquial, y las austeras penitencias que se imponía eran conocidas solamente por sus parientes más íntimos.
      Santo Tomás Moro fue molde del hombre de todos los tiempos, de la inalienable dignidad de la conciencia, que no es ni más ni menos que el núcleo más secreto y sagrado, en el que se está solo con Dios. Cuando el hombre y la mujer escuchan la llamada de la verdad, entonces la conciencia orienta con seguridad sus actos hacia el bien.
      Su testimonio, ofreciendo hasta el derramamiento de su sangre, de la primacía de la verdad sobre el poder mismo, es el ejemplo imperecedero de coherencia moral.
       Su figura debe ser reconocida, venerada y copiada, especialmente por los que están llamados a dirigir los destinos de los pueblos, siendo fuente de inspiración para una política que tenga como fin supremo el servicio a la persona humana. Estimado por todos por su indefectible integridad moral, la agudeza de su ingenio, su carácter alegre y simpático y su erudición extraordinaria, en 1529, llego al cargo de canciller del Reino. Fiel a sus principios se empeñó en promover la justicia e impedir el influjo nocivo de quien buscaba los propios intereses en detrimento de los débiles.
        En 1532, no queriendo dar su apoyo al proyecto de Enrique VIII que quería asumir el control sobre la Iglesia en Inglaterra, presentó su dimisión. Se retiró de la vida pública aceptando sufrir con su familia la pobreza y el abandono de muchos que, en la prueba, se mostraron falsos amigos. Condenado por el tribunal fue encarcelado y posteriormente decapitado.
       En el contexto que nos encontramos inmersos, es útil volver al ejemplo de santo Tomás Moro que se distinguió por la constante fidelidad a las autoridades y a las instituciones legítimas, precisamente porque en las mismas quería servir no al poder, sino al supremo ideal de la justicia.
       El Papa San juan Pablo II el 31 de octubre de 2000 declaraba: …“Confío, por tanto, que la elevación de la eximia figura de santo Tomás Moro como patrono de los gobernantes y de los políticos ayude al bien de la sociedad”.
     Recemos y encomendémonos a nuestra Santísima Madre, para que la “Utopía” soñada por santo Tomás Moro, tome forma definitiva en nuestras sociedad actual, donde sus instituciones sociales y políticas, y sus normas, se encuentren diseñadas de acuerdo a los principios éticos de justicia y de amor al prójimo”
Paz y Bien.
ALEXIS CARTASEGNA.