Cada 29 de abril toda la Iglesia celebra el paso a la vida eterna de quien fue una de las santas más grandes de la historia. A continuación les compartimos el relato de su confesor, beato Raimundo de Capua, sobre el momento previo a su fallecimiento. 

«El Señor le contestó en una ocasión: «-Ese pueblo que continuamente blasfema de mi santo Nombre, caerá en el crimen, y cuando lo haya cometido, ejerceré mi venganza y lo destruiré porque mi justicia exige que no soporte más sus iniquidades». Cuando Dios alegaba los derechos de su justicia, ella replicaba: «-Señor, puesto que tu justicia debe cumplirse, te pido encarecidamente que inflijas a mi cuerpo el castigo que merece este pueblo. Sí, por el honor de tú Nombre y el de tu santa Iglesia, beberé gustosa ese cáliz de sufrimiento y de muerte. Tú sabes que siempre lo he deseado y que tu gracia ha inflamado siempre mi alma con ese deseo». Efectivamente, Catalina como víctima propiciatoria, sufrió la expiación. Las fuerzas infernales recibieron permiso para atormentar su cuerpo virginal y desahogaron su furia con tanta crueldad que quienes fueron testigos de esta me manifestaron que, sin haberla visto, sería imposible formarse idea de ella. Sus crueles sufrimientos aumentaron día a día; la piel de su cuerpo quedó adherida a los huesos y su aspecto era el de una persona que acabase de salir de la tumba; caminaba, oraba y trabajaba sin intermisión, pero quienes la veían habrían creído que más que un ser humano era un fantasma; sus torturas se multiplicaban y le consumían de una manera visible el cuerpo. Lejos de atenuar sus oraciones aumentó la extensión y el fervor de las mismas. Sintiendo la bienaventurada Catalina que se acercaba su última hora, reunió en torno suyo a todas las personas que la seguían y a la manera como el Señor se despidió de sus discípulos, ella les dirigió la palabra en general exhortando a todos a perseverar en el camino de la virtud. Mediante su mutuo afecto demostrarían que eran sus hijos espirituales y ella se creería madre suya e intercedería por ellos ante la Bondad eterna. Les recomendó también en nombre de la caridad que orasen con frecuencia y fervor por la reforma y la prosperidad de la santa Iglesia y por el Vicario de Cristo. Agregó que así como Satanás había obtenido permiso para afligir a Job con toda clase de enfermedades, le parecía a ella que el infierno había conseguido una autorización parecida para mortificar su cuerpo con los más variados tormentos. Finalmente dijo: «-Mis queridos amigos, me parece evidente que mi amado esposo ha dispuesto, de acuerdo con los más íntimos deseos de mi corazón que mi alma sea liberada de su oscura prisión y retorne a su verdadero origen. Si es de su agrado que yo parta, tened la seguridad, hijos queridos, de que yo he dado mi vida por la Iglesia; tengo la certidumbre de que Dios ha permitido eso por una gracia especial». El día en que fue llamada al Cielo, no le fue posible levantarse de la cama. Finalmente un domingo, 29 de abril del año 1380, fiesta de San Pedro, Mártir de la Orden de los Frailes Predicadores, a eso de la hora de Tercia, entregó su hermosa alma a su amado esposo y redentor…»